Esto no es en lo absoluto una cancelación. No hago más que dejar constancia de lo que ocurre, en espera del juicio final que me hace rascarme la nuca por adelantado… ¡Qué me importa el juicio final! Mi intención no es destruir ni hacerle daño a nadie, eso lo decidirá Dios en el juicio final, sino narrar las mentiras, manipulaciones y comportamientos tóxicos de un hombre tan querido por su comunidad…
La última vez que fui al Bósforo, en el Centro Histórico, un chakita drogado me ofreció echar un volado: si yo ganaba, él haría 50 lagartijas en frente de mí, si perdía, debía darle 100 pesos en efectivo; el cabrón perdió y efectivamente hizo 50 lagartijas en frente de mí, afuera del Bósforo. Y entonces un gringo salió del lugar y le pidió a su chofer que lo teletransportara de regreso a su nave y mientras hablaba se transformó en reptiliano. El chakita drogado entonces me dijo, la culpa de esto la tiene Roberto Bolaño: Roberto Bolaño es el culpable de que haya tantos gringos perdidos en México. Tenía toda la razón. Y también tiene toda la razón Denzel Washington en Hombre y llamas (2004) cuando dice, “They’re not sending their best”.
Conocí a Roberto Bolaño Ávalos en el año 2012 mientras estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Me lo presentó un compañero de Los Mochis Sinaloa llamado Hugo Hugo, que siempre estaba haciendo observaciones del tipo c’est quoi le posmodernisme? —c’est rien vraiment. Las compañeras decían que Hugo nos estaba “psicoanalizando” desde las esquinas del salón donde se sentaba, pero yo creo que en realidad Hugo solo estaba hasta el pito de marihuana en una esquina sobrepensando el mundo. Hugo Hugo me presentó a Roberto Bolaño en el departamento de un amigo en común y me dijo que era un exiliado chileno perdido en México. Luego me ofreció un porro con peyote, el cual rechacé. Ya desde entonces debí haber advertido que algo estaba mal. Una red flag que decidí ignorar: Roberto Bolaño no era mexicano.
A los pocos días, Bolaño y yo no fuimos a la Universidad y en lugar de eso fuimos a la librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo y antes de llegar nos encontramos con mi amigo de la secundaria Pierre Drieu La Rochelle manejando y fumando marihuana en un coche con sus amigos de la UP. Ya desde entonces Bolaño era una pésima influencia: me hacía saltarme las clases de Letras Grecolatinas diciendo que no importaban, cuando en realidad era porque secretamente le costaba muchísimo trabajo leer a los clásicos. Desde inicios de nuestra amistad hubo señales de abuso y manipulación de su parte. Ese día nos subimos al coche y dimos unas vueltas por Chimalistac con Pierre Drieu La Rochelle y compañía. Bolaño empezó a fumar mota como un puto degenerado, de dar pena. Y entonces nos contó una anécdota de una vez que se estaba comiendo una torta en una banca en La Alameda mientras leía una novela erótica con una erección monumental que le duró no sé cuántas horas. Cuando nos bajamos del coche, Pierre Drieu La Rochelle me dijo, “no le vayas a decir nada a mi mamá”.
Ese día Bolaño se robó la obra poética de Octavio Paz de la Gandhi y un libro de cocina de Martha Stewart. El cabrón se la vivía robándose libros que nunca leía. Decía que robar libros era un deporte real visceralista. Una vez me llevé uno de Borges y una antología de ciencia ficción soviética del Péndulo de Perisur, los cuales leí con un profundo sentimiento de culpa. Otra vez, con Hugo Hugo, planeamos hacer un atraco a la Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo. Queríamos atracar la librería con máscaras de Homero Simpson y robarnos todas las ediciones en pasta dura de la Biblioteca Clásica Gredos. Si fallábamos nos suicidaríamos ahí mismo. Pero eso no era por diversión, sino por necesidad. Por densidad dramática. Para Bolaño, robar era una diversión y nos incitaba a todos a hacerlo con sus ideas comunistoides de Reddit. Hace poco mi amigo Benito empezó a robar libros por robar, nada más. Por el arte de hacerlo. Programó un algoritmo para que le generara números de tarjetas de crédito inexistentes al azar y las utiliza para comprar libros a lo pendejo, que nunca va leer, porque no sabe leer, en el sitio de la Gandhi. Así me consiguió los cuatro tomos de Las Eneádas de Plotino de la Biblioteca Clásica Gredos. Pero Benito es diferente. Benito está destinado a cosas enormes.
En ese entonces yo era el verdadero comunista que comía todos los días en McDonald’s y fumaba hachís y bebía vino barato y caliente en casas abandonadas mientras nos tomábamos turnos para jugar Playstation 1 entre series de levantamiento de pesas. Todo esto fue por ahí del 2012. Roberto Bolaño, en cambio, prefería ponerse borracho con los del Auditorio Che Guevara y pelear a muerte con otros poetas al amanecer. Yo, fumar hachís y ver en el cine, en la función matutina de las 9 am, la última película de Saw doblada al español. Roberto Bolaño era del tipo que recorre Insurgentes a pie. Yo soy del tipo que recorre el Periférico a pie.
Poco después Roberto Bolaño y yo dejamos de ir a clases casi por completo y nos la pasábamos en la calle discutiendo pura pinche mamada. Bebiendo en las noches y allanando propiedad privada en San Ángel. Él le llamaba a esto real visceralismo. Los días los pasábamos en el Sanborns, andando en patineta en La Bombilla, o en el Parque Hundido antes de mi cita con el psiquiatra Gisueppe Amara. Eventualmente solo íbamos a la UNAM para asistir a conferencias sobre vanguardias literarias mexicanas, prácticamente inexistentes en ese entonces, con excepción de los Estridentistas y los Real Visceralistas. También había otros, los “infrarrealistas”, que se decían los opositores de Octavio Paz, pero en realidad y en secreto eran en su mayoría opositores de Roberto Bolaño. Recuerdo que alguna vez escuché a José Vicente Anaya, un infrarrealista, calificar a Bolaño de protagónico. Quiero aclarar que, más que protagónico, habiéndolo conocido personalmente yo diría que Bolaño era el que más escribía de sus contemporáneos. Eso es todo. Y los demás lo resentían por eso, pero era un rasgo de carácter. Inamovible. Alguna vez le preguntaron a Bolaño si podría dejar de escribir y él dijo que no, que para eso tendría que suicidarse. Hasta en eso era un machito tóxico manipulador.
Por ese entonces me di cuenta de que Bolaño rara vez terminaba los libros que empezaba a leer, y no leía tanto como decía. De hecho probablemente solo leía en la regadera. Y no leía tanto porque pasaba la mayor parte del tiempo escribiendo compulsivamente. Pero Bolaño era un escritor lo suficientemente hábil como para entender la historia de la literatura siendo un pésimo lector. Y siempre llevaba un libro bajo el brazo. Esto lo descubrí hasta muchos años después, cuando leí Los cantos de Maldoror y me di cuenta de que Bolaño era un poser. Maldoror busca un alma semejante a sí mismo y se encuentra con un tiburón, con el cual copula bajo la luz de la luna. Maldoror se deja crecer las uñas durante 160 días. Maldoror se coge a un tiburón para establecer dominancia sobre el universo. Maldoror es un joven cuya presencia engendraba desastre a su paso y cuyo primer amor fue una hembra de tiburón. Roberto Bolaño no puede hacer nada de eso, entonces es un poser. El futuro ahogado se siente feliz si prolonga la vida en los remolinos del abismo. Una vez, Bolaño me habló sobre una novela de Gene Wolfe que se parecía a Alien de Ridley Scott, pero cuando investigué, esa novela no existía. Lo mismo con una novela de Ursula K. Leguin que en realidad trataba sobre algo diferente a lo que él decía. Bolaño sabía muchas cosas, pero no era un lector tan hábil como era un escritor. No era un joven maldito enamorado de un tiburón. A veces yo le inventaba nombres de bandas de black metal y él me decía que sí las conocía. ¡Miserable gaslightero mentiroso! Poser. ¿Y sabes qué le hacemos a los posers en esta casa? Los descuartizamos. ¡Nunca serás Maldoror!
Por influencia de Bolaño, eventualmente dejé la universidad y ghosteé a todos mis compañeros, y después me dijo que había sido culpa mía y que yo había decidido ghostear a todos y mandar al carajo la universidad para siempre, con una sonrisa en la cara, y que de hecho estaba bastante contento al respecto. Al final accedí diciendo que esa licenciatura me hacía miserable y nos fuimos dos o tres semanas a Acapulco con unas amigas. La realidad es como un padrote drogado en medio de una tormenta de turenos y relámpagos, me dijo esa vez Roberto Bolaño antes de entrar al Baby’O.
Casi todo ese viaje la pasamos encerrados en el hotel de la playa jugando Age of Empires. Roberto Bolaño se había roto la pierna en el Baby y yo por alguna razón estaba atrapado en el hotel, como en el ángel exterminador de Buñuel. Escuchábamos noise, metal, música concreta, Edgar Varèse, Luis Miguel. Mirábamos el amanecer por la ventana. Un zopilote rondaba el edificio de departamentos en la Costera. Todo esto mientras jugábamos Age of Empires. Jugamos tanto Age of Empires que nos enemistamos en la vida real. Y hablamos durante horas enteras. De mujeres que desaparecen de la nada de los pasillos de la FFyL. De una raza de Cíclopes viviendo en la Facultad de Ingeniería. De que el Espacio Escultórico fue un proyecto secreto del CISEN y de los OVNIS en el Estadio Azteca. De un cabrón que se quedó atrapado en los baños de los cines de Perisur mientras unos hombres de negro invadían el centro comercial. Un voyeurista en el Parque Hundido al que le crecieron ojos en la espalda por tanto ver parejas fajando. Un orinador serial en las iglesias de no sé qué provincia. Un putero en el sur de la ciudad donde todas las prostitutas son fantasmas. Un viaje de Bolaño a Acapulco con su padre que terminó en un tiroteo con unos narcos que adoraban a la diosa de la inmundicia, la fecundidad y los baños de vapor.
Para poner las cosas en perspectiva, veamos esta fotografía:

En resumen, estas son las razones por las que funamos a Roberto Bolaño:
Me obligó a dejar la universidad y a ghostear a todos mis compañeros (manipulador).
Fumaba mucha mota (drogadicto).
Leía mucho menos de lo que decía leer (mentiroso).
Se inventaba historias todo el tiempo (mitómano).
Se inclina en las fotos (débil).
Se roba libros de las librerías como si fuera un deporte (delincuente).
NO es Maldoror (poser).
NO lee a los clásicos (cobarde).
Personalmente yo no quiero seguir viviendo en la tiranía del México que imaginó Bolaño en 1998. ¿Cómo pueden odiar a los gringos pero adorar a Roberto Bolaño? Este hombre se ha robado nuestra ciudad, señores. Yo odio el centro de la ciudad, ese nido de ratas, drogadictos y vagabundos, y la Ciudad de México de Roberto Bolaño existe en función del centro. Es su inmóvil sol secreto. Yo, en cambio, tengo una nostalgia bucólica por el sur del Anáhuac… el México olvidado… la piedra volcánica, el Pedregal… el paisaje modernista vulcánico intelectual de Luis Barragán y Max Cetto, el Dr. Atl y Octavio Paz.
Cuando unos franceses normies me dijeron en el 2017 que vinieron a México después de leer Los detectives salvajes, para ese entonces yo había leído ese libro cinco años antes y mi relación con Bolaño ya había terminado. El poeta había muerto de insuficiencia renal. Entonces solo ignoré a los franceses y me hice amigo en vez con el Gringo Carioca, un brasileño perdido en Estados Unidos. Supongo que lo que quiero decir es que hay que ser más rápidos que los normies y vivir siempre en el futuro aunque nadie te entienda ni madres. Ese es el mensaje detrás de esta funa.
"Hay que ser más rápidos que los normies y vivir siempre en el futuro aunque nadie te entienda ni madres." Mi motto.